Era un día triste, como la mayoría de regresos a casa. Se acababa nuestro viaje de 5 días por Budapest y Cracovia, dos ciudades muy recomendables. Aquel viernes por la mañana, una fina llovizna fría reafirmaba nuestra melancolía y nos arruinaba nuestra última visita al casco histórico de Cracovia, la segunda ciudad más importante de Polonia. Resignados, decidimos ir a dar una vuelta a la Galeria Krakowska, el centro comercial más importante de la ciudad. Nos pensábamos que con el cambio de moneda de euros a zlotys podríamos encontrar chollos, pero la realidad es todo lo contrario: las marcas son más caras.
Tenemos que decir que el centro comercial nos gustó bastante, y además, hicimos una compra que a priori nos tenía que alegrar la vuelta a casa, un delicioso rollo de canela de la cadena de dulces Cinnabon. Lo compramos porque no pudimos rechazarlo, era imposible, tenía demasiada buena pinta. Acabábamos de desayunar en el buffet libre del hotel, estábamos llenos y pensamos que sería bueno guardarlo para comérnoslo en el aeropuerto, ya que el vuelo nos salía a las 15h, una mala hora para comer tranquilos. Tenemos que decir que nos costó Dios y ayuda guardarlo hasta entonces, e incluso lo probamos en el bus de camino al aeropuerto porque no podíamos resistirnos.

Al llegar al aeropuerto Juan Pablo II (el más pequeño en el que hemos estado), decidimos ir a comprar algunos souvenirs. En una tienda vimos una camiseta que habíamos visto por las calles de Cracovia, y curiosamente, en el aeropuerto estaba muy barata y la compramos.
Al pasar el control, no podíamos resistirnos más y justo al sentarnos en la puerta de embarque decidimos abrir la mochila para sacar el delicioso rollo de canela, que era enorme. Y Houston, tuvimos un problema… 20 segundos más tarde, nos dimos cuenta que nos lo habíamos dejado en un estante de la tienda de souvenirs y como podéis imaginar, una vez hecho el control de seguridad, no pudimos recuperarlo.
Finalmente, tardamos 6 meses para poder probar uno igual: fue en Philadelphia, en el Cinnabon de la estación principal de la ciudad. No os mentiremos, ya lo teníamos localizado desde que planeamos el viaje. La espera fue larga, pero como siempre se dice, de todo se aprende. Aquel día en Cracovia, cuando subimos al avión, aprendimos una cosa muy importante: No hay que dejar para mañana lo que podamos comernos hoy.

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